Segunda Crónica: LA SONRISA DE GUATEMALA. Relato de un largo día entre dos orillas..

Sep 18, 2025 | Cronicas | 2 Comentarios

Paco Doblas

«Viajar es fatal para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de miras». Mark Twain

Empiezo con esta segunda entrega cuando mi móvil, que ha cambiado automáticamente a la hora local de Guatemala me dice que son las 18:30 del lunes 15 de septiembre, mientras que el portátil con el que escribo se empeña en contradecirle diciendo que son las 2:30 de la madrugada del martes 16. Este ordenador debe de pensar que continua en la otra orilla del Atlántico y sigue tozudo marcando la hora española como si no hiciera ya más de un día que llegamos a esta cintura de América. Ante tanta paradoja uno ya no sabe ni cuando fechar este texto.

Pero quiero irme un un poco más atrás, para contaros, aunque sea a vuelapluma mi salida larga y escalonada. Ha sido una salida por etapas, en la primera desde mi casa en Casarabonela (Málaga) a Ciudad Real para pasar los últimos días antes de coger el vuelo en casa de Lola. No fue fácil, se me estropeo mi móvil y tuve que comprarme uno nuevo, con todo lo que eso supone de traspaso de datos, contactos, aplicaciones, luego me dio problemas mi tarjeta bancaria lo que me tuvo también muy entretenido, hasta se me rompió la montura de mis gafas y ya como remate cunando me iba a ir tuve un problema de fontanería.  Ya veis toda una yinkana, como si la vida estuviera poniéndome todo tipo de pruebas para que no saliera, pero con paciencia y tesón fui superando todas las pruebas. Finalmente pude salir por fin el miércoles 10 de septiembre. La idea era dejar la furgoneta en Ciudad Real y salir el mismo domingo en el primer tren hacia el aeropuerto de barajas. Pero a última hora pensé que los tiempos eran demasiado apretados y decidí hablar con mi amiga Marian para que me acogiera en su casa y salir el día antes. Así que finalmente cogí mi tren hacia Madrid para el sábado al mediodía, que por obra y gracia del caos ferroviario llego con un retraso de 80 minutos. Ahora sé que aquella decisión de última hora me salvó de perder el vuelo.

Domingo 14 de septiembre, un día larguísimo y lleno de paradojas espacio/temporales.

Por muy extraño que parezca el pasado domingo 14 de septiembre, no me atrevo a llamarlo ayer, fue para mí un largo día de 32 horas ni más ni menos. No, no es ninguna metáfora, es exactamente así, es lo que tiene volar persiguiendo la rotación de la tierra. Al parecer cuando regrese el próximo 6 de octubre será completamente al revés, y me tocará vivir un lunes con ocho horas menos. ¡Toma paradoja!   

Son curiosas estas paradojas espacio/temporales. Ya nos contó Einstein aquello de que el tiempo y el espacio son relativos, aunque normalmente en nuestra vida cotidiana lo percibamos como absolutos. Solo uno se da cuenta del autoengaño cuando lo vivencia en  carne propia al realizar uno de estos vuelos interoceánicos de largo recorrido. Y es que si para algo sirve viajar es para sacarnos de nuestro pequeño mundo de certezas y dogmatismos, como nos recuerda la cita de Mark Twain que encabeza esta crónica. Porque si eso ocurre con el tiempo y el espacio, ¿Qué tendremos que pensar de esos otros conceptos y certezas con los que nos movemos habitualmente viviéndolos como verdades absolutas?

Aquel larguísimo domingo empezó bruscamente cuando el despertador sonó en la casa de mi amiga Marian en Madrid a las 6 de la mañana. La tiranía del tiempo se imponía, así que tocaba correr. Desayuné rápido cogí el metro de Tetuán a Atocha, recogí las maletas que había dejado el día anterior en consigna y de allí salí pitando en autobús hasta la terminal 4 de Barajas. Llegué a las 8:30, esto es media hora más de lo que dice Iberia de se debe de llegar con anticipación al aeropuerto. Pero todavía quedaba un último imprevisto antes de salir definitivamente hacia mi destino mesoamericano. Justo en aquella mañana empezaba una huelga indefinida de personal de seguridad del aeropuerto. ¿Pero quién demonios escribe el guion de la vida?

Camino a Guatemala

Visión parcial de la cola para pasar el control de seguridad provocada por la huelga.

Imaginaros, no me voy a extender, solo deciros que fue como en las películas, tuve que esprintar cargado con mi pesado equipaje para lograr embarcar casi de milagro en el último minuto.

Al subirme al avión y sentarme, todavía sudoroso y jadeante, me asomé de inmediato por la ventana.  No quería perderme algo que por muchas veces que lo haya vivido me sigue emocionando, ver despegar el avión desde el interior de sus entrañas. Siempre me viene la misma impresión de cuando aquel niño que fui se subía a las atracciones de feria y sentía esa maravillosa sensación de mariposas en el estómago. Este relato, me está dando para hablar mucho de ese misterio que es el tiempo, pero ahora cuando os cuento el momento del despegue, toca hablar también del segundo parámetro, del espacio.

En tan sólo segundos, el avión se eleva y sale de la ciudad. Yo desde mi ventana observo como Madrid se va empequeñeciendo rápidamente hasta parecer una maqueta. Y es sólo con ese cambio de perspectiva que da subir al cielo uno puede vivenciar la relatividad del espacio. Es un espectáculo ver los edificios, las carreteras, los pueblecitos, los ríos y bosque y hasta los gigantescos montes tan pequeñitos, como si fueran de juguete. Y esa visión te hace tomar conciencia de la pequeñez de ti mismo y de ese espacio cotidiano que normalmente vemos inmenso y asfixiante cuando solo lo habitamos a ras de tierra. Y en este largo y accidentado domingo de vuelo me llego como siempre ese instante de felicidad al momento justo de elevarse el avión. Es un inmenso placer comprobar que, a pesar de los pesares, mi niño interior sigue por ahí adentro vivito y coleando.

Carreteras de Guatemala

Pasado ese momento de despegue el tiempo de repente desacelera para pasar a ese otro tiempo como de desierto, espeso y dilatado que son las largas horas de vuelo que quedaban por delante. Como es lógico en ese largo éxodo hice un poco de todo, ver una película, leer, dormir a pequeños ratos,…  Cuando mi móvil, que todavía en ese momento tenía la hora española marcó las 17:00 me acordé de las protestas convocadas para la última etapa de la vuelta ciclista. Me emocioné cuando escuché que más de 150.000 personas habían llenado Madrid de banderas palestinas y habían logrado que se interrumpiera la carrera. Parece que la gente corriente, o al menos un número muy importante, había decidido que más allá de gobiernos y partidos hacer algo ante el exterminio televisivo de Gaza. Pensé en ese momento, ¿habrá movilizaciones a favor de Palestina también en Guatemala? Un oportuno mensaje llego entonces a mi móvil.

Quisieron dejar al mundo sin Palestina vertical

Como seguía habiendo una montaña de tiempo hasta el aterrizaje, me entretuve bicheando el menú de la pantalla que tenía colgada en el respaldo del asiento de delante, apenas a un palmo de mi nariz. Entonces encontré el programa informático que permitía seguir en tiempo real el vuelo del avión. Además de ir marcando la distancia y la altitud, el programa simulaba en la pantalla el vuelo del avión permitiéndolo ver desde las diferentes perspectivas sobre el globo terráqueo. Me puse a jugar desplazándome sobre aquella esferita, como si tuviera realmente el mundo en mis manos. Recorrí virtualmente el itinerario previsto y me entretuve viendo los diferentes países de la cintura de América y el Caribe, haciendo zoom cada vez que veía una ciudad que me llamaba la atención o una islita a la que yo siempre suponía según el tópico con frondosas selvas tropicales y playas de color marfil. No es que las viera hasta ese detalle, el programa tiene sus límites, pero donde ya no llegaba la aplicación yo alcanzaba a verlo con esos ojos mágicos de la imaginación, gracias otra vez de nuevo a ese mi niño interior.

mapa avion

Incluso llegue a imaginar que podía ver a esa flota de guerra estadounidense que desde hace ya muchas semanas amenaza a Venezuela. Me vino entonces a la cabeza aquella implacable frase de Julio Anguita, cuando le dieron la noticia de la muerte de su hijo en Irak, “maldito sean las guerras y maldito los canallas que la promueven”

Aquel pensamiento me llevo a seguir recorriendo aquel globo terráqueo virtual, busque como no, oriente próximo, hice zoom hasta donde podía sobre la franja de Gaza, también sobre Cisjordania, luego seguí recorriendo la geografía mundial de la guerra, Yemen, Ucrania, República Democrática del Congo,… la lista era tan extensa que aquel jueguecito me entretuvo varias horas del tedioso vuelo. Luego desde megafonía anunciaron que estábamos entrando en el Caribe, yo me asomé a la ventana para ver si distinguía la silueta de alguna de las grades islas antillanas, pero sólo alcance a ver pedacitos de la extensa llanura azul entre los huecos de las nubes. 

Me quedé mirando de nuevo la imagen virtual de mi pantalla del avión sobre el globo terráqueo. Aquello me recordó otra imagen, aquella primera fotografía que se realizó de la tierra desde la órbita lunar. La busque en mi móvil, y me mostró la icónica imagen.

Luna

El texto que la acompañaba me recordó que aquella foto cambió la forma en que percibimos la Tierra . Fue titulada «Earthrise» (Alunizaje), tomada por el astronauta Bill Anders durante la misión Apolo 8 en la víspera de Navidad de 1968. Esta fotografía, la primera del planeta Tierra desde la Luna y con todo el globo a color, y que fue considerada “La imagen del siglo” y entre otras muchas cosas ayudo a impulsar el movimiento ecologista  mostrando la fragilidad del planeta, la casa común de la humanidad. Es lo que tiene salir, elevarse, mirar desde otra perspectiva.

Por fin desde la megafonía anunciaron que ya estábamos llegando a Ciudad de Guatemala, mi niño interior pegó un brinco que a pesar del cansancio y la bruma de pensamientos en la que andaba inmerso, me activo automáticamente. 

Mi avión tomo tierra sin novedad, en tiempo y forma, yo hice lo más rápido que pude los trámites aeroportuarios, necesitaba salir a la calle para comprobar que había llegado efectivamente a mi destino. Cuando por fin salí arrastrando mis maletas, me recibió una brillante y extraña tarde, que ya me sonaba. Había llovido intensamente unos minutos antes, pero en ese momento el sol centroamericano hacía brillar el asfalto de la calle, los edificios, las exuberantes plantas que inundan esta ciudad, tal y como yo lo recordaba. Entonces pasó por delante de mi una estridente algazara de jóvenes, portando una antorcha, todos vestidos con los colores patrios, blanco y celeste, y una sonrisa de oreja a oreja. Y es que mañana día 15 es el día de la independencia de Guatemala del imperio español. Yo aunque no soy muy dado a celebraciones patrias, no pude menos que contagiarme de su alegría. Aquello fue la confirmación de que efectivamente había llegado, que había dejado atrás la vieja Europa cada vez más triste y envejecida y que había llegado al joven, sonriente y bullicioso sur global, a esa otra orilla latinoamericana donde todavía resisten los sueños y que sigue mostrándose pese a todo como un nuevo mundo. Definitivamente había llegado de nuevo por tercera vez a ese país arcoíris que es Guatemala.

antorcha

2 Comentarios

  1. Griselda López Rivas

    Que bello relato.
    Saludos Paco!!
    Desde Chiapas 😉

    Responder
    • Paco Doblas

      Griselda querida, otra vez por esta orilla. Salu2 poéticos y ¡Que viva México cabrones!

      Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Dirección

En el vasto universo de la poesía, no existen direcciones ni fronteras; cada verso es un camino infinito y sin límites.

Teléfono/Whatsapp

+34 636 37 80 73

Correo electrónico

pacodoblas@poeticamente.es

 

Siguenos en Redes Sociales

 

Contáctame

14 + 7 =

En Vivir Poéticamente son versos protegidos. Respetamos tu privacidad como una obra maestra, cuidando cada detalle con delicadeza. Cada visita es un susurro protegido, cada interacción, un poema seguro. Navega con confianza y alma tranquila.\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\\"   
Privacidad