miciudadreal – 1 marzo, 2021 También puedes leer este artículo en MI CIUDAD REAL
Si en la primera entrega os presentaba mi perfil más lírico y amoroso, en esta segunda, quiero mostraros esa otra cara, también muy mía y de mi poética, la social y reivindicativa. En futuras entregas prometo hablaros de un tercer pilar de mi vida y mi obra, el terapéutico/ espiritual.
Efectivamente mi poesía siempre ha ido paralela a mi compromiso en causas, asociaciones y movimientos, culturales y solidarios muy diversos. Tuve la suerte de descubrir desde muy temprano el humanismo y el amor radical al prójimo, gracias al cristianismo de base y comprometido con el que me topé en la parroquia de mi barrio Miraflores de los Ángeles, en una zona obrera de Málaga. Mucho ha llovido desde entonces y con los años la fe religiosa se fue tornando en duda agnóstica, y más tarde en una espiritualidad universal e inclusiva, pero los valores sociales, humanistas y solidarios aún siguen conmigo. Y es que eso tiene la conciencia, que una vez te entra, se te queda a vivir para siempre. Escribía yo por la década de los años 80 del siglo pasado a propósito de la introducción a mi primer poemario Utopías, iras y tirabuzones las siguientes palabras: “Yo no viví el 68, y era muy pequeño durante la transición, pero en este tiempo tan “malo para la lírica”, me he empeñado en diversos colectivos y movidas de lo que se suele llamar la izquierda social, he intentado con unos pocos locos y locas, tejiendo y destejiendo, escribir el más complicado de los poemas que es intentar transformar esta mediocridad en algo más habitable y humano. Las poesías fueron apareciendo poco a poco en mi vida dentro de este contexto de forma larga y desordenada, en un sin fin de libretas y folios sueltos.”
