Paco Doblas

¡VIVA MÉXICO CABRONES! Crónica de 5 días en Ciudad de México

Sep 3, 2024 | Cronicas | 0 Comentarios

Ayer regresé a Guatemala, después de mi periplo por El Salvador y en los últimos cinco días por la Ciudad de México (CDMX). Esta megaciudad de un ardor desbordante, es al parecer para la que se acuño aquello de la Ciudad que nunca duerme, que sin embargo después se la apropiarían los gringos, como tantas otras cosas, para aplicarlo a la ciudad de Nueva York. De la intensidad desde luego puedo dar fe, me parece mentira que en tan corta estancia hayan cabido tantas  microhistorias, vivencias, aventuras y desventuras. Entrar a CDMX es penetrar en un huracán donde se suceden de forma caótica las imágenes poéticas de belleza y la monstruosidad, una espiral de sucesivos planteamientos, nudos y desenlaces que te envuelve, te atrapa y te engulle. Es imposible la planificación, cuando pisas CDMX tienes que saber que las cosas nunca van a salir ni en tiempo, ni en forma según la agenda prevista, la gran ciudad tiene la capacidad de hacer volar las páginas de nuestra agenda y desorganizarlas con su caprichoso caos. Pero aunque a veces esta ciudad cabrona te las haga pasar putas, casi siempre las cosas terminan sucediendo y a veces por una suerte de rara magia, inesperadamente mejor de lo previsto. O al menos eso es lo que me dice mi breve experiencia, tanto es así que estos pocos días  podrían dar para un libro, aunque de momento me conformo con que den para una crónica que cuente, aunque sea a trazo gordo algo de lo sucedido y  sentido.

La llegada. Viajar con libros 2ª parte

Me tocó volar de San Salvador a CDMX la madrugada del martes 27 de septiembre. La tarde anterior desde mi bello hostal en La libertad, estuve preparando minuciosamente mi llegada, que se me antojaba complicada, llegar a una ciudad como México a las tres menos diez de la madrugada, tener que pasar de nuevo una aduana con mis maletas llena de versos que tanto problema me habían dado en las dos anteriores, cambiar dinero, ponerle otro chip a mi móvil, coger un Uber y desplazarme hasta mi hostal en el distrito centro. Había optado por alojarme en un hostal barato pero que fuera céntrico, las fotografía ya dejaban entrever que no sería como los que me había alojado en San Salvador y La libertad, espacio aunque económicos bellos y donde gustaba estar. Aunque decía que había recepción las 24 horas, me quise curar en salud y le envié el siguiente mensaje de whatsapp: “Hola, soy Francisco Doblas, he reservado desde el 27 de septiembre al 1 de agosto en vuestro hostal, llegaré sobre las 4:00 o más tarde, voy con bastante equipaje y quiero asegurarme de que alguien me abrirá y me atenderá a esa hora, no me gustaría verme de madrugada en la calle con las maletas, Gracias.”  La respuesta fue clara y contundente. “Está abierto 24 horas, siempre hay alguien.” Aquello me tranquilizó ¿Qué podía salir mal?

La primera imagen que tengo de la gran urbe es de una belleza descomunal, desde la ventanilla de mi avión, empezamos a descender, y en un instante atravesamos las blancas nubes descorriéndose ante mi el espectáculo de un extenso conglomerado de lucecitas.  En ese momento recordé que la vieja ciudad de Tenochtitlán, antecesora azteca de CDMX estaba asentada sobre el enorme lago Texcoco, y me imaginé que lo que estaba viendo no eran las luces artificiales de los edificios, sino las estrellas del cielo reflejándose todavía en la superficie acuática del mítico lago.  

Aquella entrada mágica, se tornaría en algo mucho más terriblemente real, desde el momento en que puse pie en tierra, la ciudad empezó a imponer su locura. La primera en la frente, cogí mi pesada maleta de libros de la cinta transportadora y cuando tiré para sacar el mango telescópico, me quedé con él en la mano. La vieja y curtida maleta había expirado en el peor momento ante su exigente carga.  La penitencia que me impuse de carrear mis libros durante el viaje, seguía cobrándose su elevado precio. Así que tuve que arrastrar como pude a duras penas mi pesado lastre, ahora además con la maleta estropeada, hacia la temible aduana. Las dos aduanas anteriores me pusieron en alerta y decidí esta vez adelantarme.

—Esta maleta va con libros— Dije cuando pasaba por el escáner  mientras cruzaba los dedos.

—Ok, no es gran cosa, a la orden. —Me respondió con una sonrisa el funcionario.

Aquí CDMX, me sorprendió, esta vez para bien, habíamos dejado atrás las rigideces burocráticas y controladoras, empecé a aprender que en México todo era más flexible. Entre cambiar divisas, el chip telefónico, recargar mi móvil y esperar largamente a mi Uber, entendí pronto que esa flexibilidad tenía también su lado oscuro.  Llegue a mi pensión en el centro de CDMX cerca de las 5:00, el taxista, me dejo con todo mi equipaje incluida la mutilada maleta de mis poemarios ante una puerta de hierros oxidados y sucios cristales, que a esas horas de la madrugada todavía parecía más cutre. En su esquina superior derecha, a una altura que tenía que ponerme de puntillas para alcanzarlo dos interruptores mugrientos y con los cables pelados que uno temía electrificarse al tocarlos. Primero me puse a tocar con mis nudillos en el cristal

—Hola, hola, ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta, lo que me hizo temer mis más terribles presagios.  Repetí y repetí la frase y los golpes en el cristal cada vez aumentando más la intensidad los iba intercambiando con aporrear los dos tenebrosos interruptores. Pero nada, nadie salía por aquella puerta. En ese momento a uno le viene a la cabeza todos los comentarios y leyendas urbanas que te cuentan la gente cuando dices que vienes a CDMX, que estás en la ciudad más peligrosa del mundo, que si allá te puede pillar una balacera por cualquier lado, que ni se te ocurra pasear por la calle de noche y mucho menos con equipaje,…  Estaba en esos lúgubres pensamientos cuando de repente aparecío un crío que no debía tener más de doce años, con pelo encrespado, piel cobriza y ojos amerindios y me empezó a pedir en inglés con cerrado acento mexicano tirándome de mi camisa. Lo que faltaba pensé.

—Amigo, amigo, no me hable en inglés que no me entero, soy español, así que háblame en español. Y por favor, déjame en paz que tengo que solucionar un problema.

—¿Qué problema señor?

Le explique que aquella era mi pensión, que no me abrían y que estaba en la calle con mis maletas.

—Ni modo, déjeme a mi.

En ese instante el delgaducho adolescente se encaramó de un salto como un puma a los hierros de la maltrecha puerta y empezó a zarandearla golpeando sin piedad los cristales y dando grandes gritos.

—Eyyy, eyyy, abran al señor, cabrones, putos,… ¡ABRAN AL SEÑOR!

Los gritos sonaban atronadores en la madrugada, yo le pedía que lo dejara que no gritara tanto que la gente estaba durmiendo. Mi mente ya estaba visualizando los cristales rotos de la vieja puerta y al coche patrulla que llegaba con sus luces azules y roja para llevarme adolescente a comisaría. Pero entonces, en ese momento milagrosamente se abrió la puerta. Del interior del local, salió otro adolescente no mucho más mayor, también con el pelo encrespado, la piel cobriza y los ojos amerindios, estirándose y frotándose los ojos ostensiblemente. En algo yo llevaba razón la gente, al menos alguna gente estaba durmiendo.

—Disculpe no les escuché, bienvenido a la Ciudad de México. 

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La mascara de una ciudad bipolar y muy picante.

Me he extendido en mi llegada a CDMX, porque ejemplifica a la perfección lo que es esta ciudad, de repente algo imprevisto ocurre y todo se complica, parece que se va a consumar el desastre y de repente en medio de caos ocurre algo que lo ordena todo de nuevo.

Para comprender mejor a esta ciudad, os pido que os fijéis en la máscara que compré el día que visite las pirámides de Teotihuacán. 

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Si tuviera que definir la esencia de México lo haría con dos conceptos que están magistralmente expresados en la máscara, el primero el de ciudad mestiza, o dicho de una forma más radical, bipolar. Mucho se ha escrito sobre el mestizaje mexicano, sus gentes, mayoritariamente de pelo negro encrespado, piel cobriza y ojos amerindios, delatan esa mistura en todos sus diferentes grados entre los pueblos originarios y sus conquistadores españoles. Pero esa es sólo una de sus polaridades entre las muchas que representa esta ciudad gigantesca tan llena de contrastes. Mires a donde mires siempre se está manifestando al menos dos caras, la vida y la muerte, los barrios de lujos separados apenas por una calle de otros terriblemente pobres, el ruido infernal del distrito centro, contrasta con la tranquilidad casi pueblerina de los jardines de Coyoacán, la exagerada estridencia de los mariachis de Plaza Garibaldi son el contrapunto del carácter tranquilo y silencioso de los indígenas,… así podríamos seguir nombrando sus contrastes infinitamente. En CDMX se enfrentan a cada paso la muerte, tan integrada en la cultura mexicana con la vida más desbordante.  El otro concepto también magníficamente expresado en la máscara, es el ya mencionado de su intensidad, CDMX es como la gastronomía mexicana siempre con un exceso de picante, le echan picante, ósea intensidad, hasta a la fruta o las palomitas de maíz.

Para ejemplificar mi tesis voy a centrarme sólo en dos lugares muy significativos de la capital mexicana, por lo que concentra de contraste e intensidad.

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El primero es la Plaza de las tres culturas el contraste es hasta tripolar, en ella conviven tres tipos de construcciones que representan tres formas de vida; los restos aztecas, la arquitectura colonial y los modernos edificios.

Pero este espacio también representa lo que venimos hablando de la intensidad. Pocos países tienen una historia tan intensa como la mexicana, que tantas veces ha derivado en violencia y masacre y esta plaza es un lugar especialmente privilegiado para contrastarlo. En la Plaza de las tres culturas, tenemos dos inscripciones en piedra que nos recuerdan la sangre derramada en dos terribles masacres, la del 13 de agosto de 1521 perpetrada por los colonizadores españoles en su conquista de Tenochtitlán, y la del 2 de octubre de 1968 donde se estima que la policía asesinó como mínimo entre 300 y 400 estudiantes.

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El otro espacio donde podemos observar las dos características que vengo analizando es la enorme Plaza del Zócalo, epicentro de todos los grandes acontecimientos de la ciudad, ya sean institucionales como populares. En  estos días me la he encontrado rodeada de vallas que impedían el paso a su inmensa explanada e incluso he podido ver con mis propios ojos la protesta indígena por la vivienda como fue reprimida a palos por la policía

Se ve que es tradición que entorno al 15 de septiembre, Día de la Independencia, la protesta social de diferentes sectores populares intente tomar la plaza, donde se celebran los actos institucionales y que no pocos años este juego del gato y el ratón acaban en episodios violentos. Así de picante es esta ciudad. 

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Pero junto al aluvión de protesta y los actos de los gobernantes, convive también el México de siempre, el del bullicio de los mercadillos y puestos ambulantes, el de los múltiples pueblos originales,  y tantas otras expresiones culturales y sociales. Como ejemplo, el mismo día de la protesta por incumplimiento de los compromisos del gobierno en materia de vivienda con las comunidades indígenas, a muy pocos metros unos aztecas ofrecían a los caminantes un tradicional ritual de sanación.

Y por fin también la poesía.

Como sabéis me he planteado mi nuevo periplo mesoamericano como una suerte de gira poética donde más allá del turismo, poder realizar presentaciones de mi antología, talleres de escritura y encuentros poéticos diversos. Y por fin durante el episodio mexicano de mi viaje me he estrenado con dos hermosos eventos. Os pego los dos carteles o como dicen por acá afiches donde he tenido la oportunidad de leer mis versos junto a poetas mexican@s.

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Estos dos recitales fueron posible gracias sobre todo al buen hacer de la gran poeta, gran divulgadora cultural y gran persona, Adriana Tafoya, que desde que me contacto con ella el amigo y también poeta mexicano afincado en España Iván Vergara, se empeñó en ser mi ángel de la guardia poético en CDMX. Infinitamente agradecido Adriana por tu trabajo desinteresado por amor al arte y la poesía.

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Gracias también a todos los compañeros y compañeras de cartel por su acogida y especialmente al responsable del bello espacio artístico cultural La tertulia nacional y también poeta Sergio Alarcón. En unos pocos días me ha prometido que me pasará la grabación del evento en su local y lo traeré a esta web. Gracias, gracias, gracias, compañeros y compañeras de versos, me habéis hecho sentir como en casa ¡Que viva la poesía y que viva México cabrones!

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P.D. Le debo a CDMX un poema, pero ni quiero dar prisa a mis versos, ni retrasar la salida de esta crónica.  

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